El cuidado de nuestro cuerpo y las preocupaciones razonables por la salud son conductas adecuadas, sirven para prevenir diferentes enfermedades. Y, desde luego, cuando se padece realmente una enfermedad, son aún más adecuadas, siempre y cuando, sean proporcionadas a la enfermedad padecida.
Lo que ocurre en la hipocondría es que hay una exagerada preocupación por padecer enfermedades que o no se tienen, o teniéndolas, no justifican semejante preocupación. Las cavilaciones se basan en pequeñas sensaciones físicas vagas e imprecisas. Esta inmensa preocupación genera mucha angustia y suele llevar al descuido de diferentes actividades que la persona realizaba antes con normalidad -ej. abandono del trabajo, desatención a la vida de pareja por estar más centrado uno en sus propias sensaciones.
La característica esencial de la hipocondría es la preocupación y el miedo a padecer, o la convicción de tener, una enfermedad grave, a partir de la interpretación personal de alguna sensación corporal u otro signo que aparezca en el cuerpo.
Estamos hablando de conductas que son aprendidas, con independencia de si puede existir o no cierta predisposición biológica. Existen entornos familiares donde hay una especial sensibilidad hacía las enfermedades, sus síntomas y la interpretación de los mismos. En muchas familias no se habla más que de enfermedades, la atención se dirige constantemente a si uno está bien o mal y se vive con mucha angustia cualquier enfermedad, por muy leve que ésta sea. Este ambiente es un buen caldo de cultivo para que cualquier signo o cambio corporal que uno perciba o sienta se asocie con algo negativo y produzca ansiedad, angustia y miedo.
Las manifestaciones de los sintomas de hipocondría los podemos dividir en tres formas de respuesta:
a) Sintomas cognitivos:
- Preocupación por el propio cuerpo y por padecer diferentes enfermedades.
- Rumiaciones sobre síntomas, salud y enfermedad y sus consecuencias
- Autobservación excesiva de las funciones del cuerpo y tendencia a verlas como señal de enfermedad.
- Más atención a las posibles consecuencias negativas, desoyendo los aspectos más saludables de uno mismo y de la vida.
b) Emocional y fisiológicos:
- Ansiedad
- Temores sin correspondencia con el peligro real
- Cambios en el estado de ánimo
- Aparición de enfermedades reales que lo que hacen es confirmar todas sus creencias.
c) Conductuales:
- Hablar a propios y extraños de las varias dolencias y síntomas.
- Búsqueda de información en diferentes fuentes (enciclopedias, otros enfermos, mirar en internet ,familiares…).
- Autoobservaciones repetidas y manipulación de diferentes partes del cuerpo para comprobaciones diversas.
- Disminución de otras actividades sobretodo las de buena salud y aquellas que implican responsabilidad social o laboral.
- Continuas visitas a los médicos y a especialistas, sin encontrarse causa física al problema, y sin explicación satisfactoria. Hay un grupo de pacientes hipocondríacos, sin embargo, que evitan sistemáticamente cualquier consulta o exploración médica por temor a que se les confirme la enfermedad temida.
- Insistente búsqueda de información sobre enfermedades a partir de diferentes fuentes.
- La persona centra la mayor parte de su vida en la vivencia de estar enfermo y comienza a dejar de hacer las cosas que habitualmente viene realizando.
- El abandono de intereses y la falta de actividad llevan a atender más a las propias sensaciones.
- El entorno presta una atención continuada a la persona y sus quejas.
En medicina esta enfermedad tiene una mala aceptación y entendimiento. La relación médico-paciente se va deteriorando. El paciente no está satisfecho con las explicaciones médicas que le dicen que no tiene ningún problema físico o que es un enfermo imaginario y el paciente no deja de “sentir todo lo que siente”, no se lo inventa con lo que se genera en la persona un importante desazón y sentimiento de incomprensión total.
Una vez que se detecta que un paciente es hipocondríaco y que accede al tratamiento, se definen claramente con el paciente los objetivos de la terapia, que son que pierda la angustia y el miedo a la enfermedad que teme.
Para ello se plantean primero una serie de prohibiciones y tareas. Se le pide que no acuda a más médicos ni a las urgencias hospitalarias, que no hable de salud ni de enfermedad. Para esto es muy conveniente la colaboración de la familia del paciente, también para que entiendan que lo suyo no es cuento, que tiene un problema real aunque interpretado por todos como un problema que no existe. Una vez que se ha establecido este marco fuera de la consulta comienza el tratamiento psicológico propiamente dicho.
En la terapia se trata de que el pensamiento de estar enfermo no dispare un miedo terrible.
El paciente puede entonces comenzar a reinterpretar sus sensaciones corporales y sentir también aquellas que son agradables o neutras y su cuerpo deja de ser una fuente de dolor o temor.
En algunos casos los fármacos pueden ser una ayuda, sobre todo al principio del tratamiento. En esos casos se requiere la intervención de un psiquiatra; pero hay muchos otros en los que el paciente se puede tratar sin ellos.