Trastorno antisocial

Los individuos con trastorno antisocial son el ejemplo perfecto de que los trastornos de la personalidad no implican necesariamente un sufrimiento personal, basta con provocarlo en el entorno. Efectivamente, los antisociales apenas sufren -sobre todo, a medida que tienen este trastorno más desarrollado, pudiendo llegar al extremo de la psicopatía-, pero son auténticos especialistas en provocar dolor, preocupaciones y padecimiento en los demás.

Son sujetos que disfrutan con el sufrimiento ajeno y que se sienten más superiores y mejor consigo mismos a medida que demuestran poder ante los demás. Su desprecio hacia la sociedad es inmenso y tienen sentimientos de rencor e incluso de repugnancia hacia sus congéneres; detestan especialmente las demostraciones de afecto, la vulnerabilidad o la fragilidad. Son competitivos hasta el extremo y tienen un estilo de vida depredador, por el que el mundo es una selva en la que impera la ley del más fuerte.

Estas actitudes conllevan a un comportamiento explotador, basado en aprovecharse de los demás todo lo que puedan sin sentir el más mínimo remordimiento (todo lo contrario, lo que sienten es placer). Incumplen las normas sistemáticamente y son incapaces de asumir responsabilidades, y no por falta de habilidades, sino por falta de voluntad. Ellos no se sienten “uno más”, sino alguien que intenta vivir su vida aprovechándose de los otros, al tiempo que descarga en ellos todo el odio que llevan dentro.

Obviamente, las cárceles y barrios marginales están llenas de personas antisociales, pero también hay individuos adinerados y de buena posición social que tienen rasgos antisociales aunque se hayan acostumbrado a ser “delincuentes de guante blanco”.

En sus relaciones de pareja, su propuesta afectiva se teje sobre la base de tres esquemas profundamente dañinos: “No me interesa tu dolor ni tu alegría” (cosificación afectiva); “Te lo tienes merecido” (desprecio/maltrato) y “No tengo ninguna obligación contigo” (irresponsabilidad interpersonal).

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