Lo característico del trastorno obsesivo-compulsivo es, precisamente, la presencia de obsesiones y compulsiones.
Las obsesiones se podrían definir como ideas, pensamientos, imágenes o impulsos persistentes que se experimentan (al menos inicialmente) como invasores. Ejemplos de obsesiones serían pensamientos repetitivos y persistentes acerca de que determinados objetos, o pensar que las personas están contaminadas o sucias y van a transmitirme la contaminación; imágenes repentinas acerca de la posibilidad de hacerse daño; dudas persistentes acerca de si habré cerrado la puerta de casa, o el gas, o desconectado la plancha; ideas absurdas y sin sentido, etc. Las personas pueden saber muy bien que sus obsesiones no tienen sentido, y la mayoría han intentado resistirse a ellas de algún modo, en algún momento. Sin embargo, tales intentos suelen resultar infructuosos y la persona siente que difícilmente puede deshacerse de ellas.
Por su parte, las compulsiones serían conductas (o pensamientos) que se efectúan de manera repetitiva y de acuerdo con determinadas reglas, como respuesta a una obsesión. Por ejemplo, lavarse las manos repetidas veces al día, con considerable cantidad de jabón o incluso desinfectantes, y siguiendo un orden determinado; repetirse mentalmente algunas frases para “conjurar” el peligro o pensar en “cosas buenas”; comprobar varias veces las cerraduras, el gas o la plancha; poner los objetos del escritorio, el cajón o el estante en un determinado orden, etc. La compulsión (también llamada ritual) es precedida por una sensación de “urgencia” compulsiva y, en general, como en las obsesiones, se acompaña de un deseo de resistirse a ella. Sin embargo, también como en el caso de las obsesiones, estos intentos no suelen tener éxito.
Este problema puede llegar a interferir seriamente en distintas áreas de la vida de la persona: en sus relaciones con los demás, en su rendimiento académico o laboral, en sus actividades de ocio, etc. Por ejemplo, imponiendo estrictas reglas de limpieza en casa; acumulando durante mucho tiempo revistas y periódicos viejos, o facturas porque piensa que algún día podría necesitarlos; empleando mucho tiempo en revisar si un documento está bien escrito; volviendo atrás varias veces para comprobar que no ha atropellado a alguien; llevando sus propios cubiertos a los restaurantes, etc.
Un patrón general de preocupación por el orden, el perfeccionismo y el control mental e interpersonal, a expensas de la flexibilidad, la espontaneidad y la eficiencia, que empieza al principio de la edad adulta y se da en diversos contextos, como lo indican cuatro (o más) de los siguientes ítems:
Preocupación por los detalles, las normas, las listas, el orden, la organización o los horarios, hasta el punto de perder de vista el objeto principal de la actividad.
Perfeccionismo que interfiere con la finalización de las tareas (p. ej., es incapaz de acabar un proyecto porque no cumple sus propias exigencias, que son demasiado estrictas).
Dedicación excesiva al trabajo y a la productividad con exclusión de las actividades de ocio y las amistades (no atribuible a necesidades económicas evidentes).
Excesiva terquedad, escrupulosidad e inflexibilidad en temas de moral, ética o valores (no atribuible a la identificación con la cultura o la religión).
Incapacidad para tirar los objetos gastados o inútiles, incluso cuando no tienen un valor sentimental.
Es reacio a delegar tareas o trabajo en otros, a no ser que éstos se sometan exactamente a su manera de hacer las cosas.
Adopta un estilo avaro en los gastos para él y para los demás; el dinero se considera algo que hay que acumular con vistas a catástrofes futuras.
Muestra rigidez y obstinación.